A veces el mayor acto de amor propio es cerrar puertas. Hoy te cuento cómo decirle adiós al alcohol me ayudó a recuperar mi poder interior y a dominar mi mente.
Hoy cumplo 100 días sin alcohol. Crecí viendo cómo el alcohol puede destruir vidas. Mi papá era alcohólico, y con el tiempo, aprendí de primera mano que el alcohol no solo afecta a quien lo consume; es una ola que arrasa con las relaciones, los negocios, los sueños, y sobre todo, con la paz. Irónicamente, a pesar de esos recuerdos, por casi dos décadas, también elegí tomar. No bebía a diario ni sentía que fuera una adicción, pero siempre estaba esa incomodidad, ese “algo” que parecía surgir con cada copa, como un eco, recordándome lo que el alcohol puede hacer.
Durante mi vida como abogada, el alcohol era parte del ambiente laboral. Aunque no bebíamos en la oficina, siempre había una buena razón para ir a “echar un drink” después del trabajo, como si solo así se pudieran soltar las tensiones, como si no importara que fuera lunes o viernes. El alcohol es legal, está en todas partes, y eso le da una aceptación casi incuestionable. En algún momento, incluso, escuché a mis sobrinas adolescentes decir que nadie quiere ir a las fiestas de 15 años si no hay alcohol. Esos mismos padres que permiten o ignoran el consumo de sus hijos jóvenes probablemente se sienten tranquilos, porque, después de todo, es algo que la sociedad aprueba.
Entonces me empecé a preguntar: ¿por qué tomamos tanto? No es que el alcohol sea especialmente delicioso; lo que buscamos es el efecto, el escape. Nos atrae ese estado donde nos sentimos “happy,” donde las inhibiciones desaparecen y nos sentimos con libertad de ser, de decir, de hacer. Pero, ¿es eso libertad? O más bien, ¿es un permiso para ser alguien que, en sobriedad, nos cuesta aceptar?
La verdad es que nadie borracho toma sus mejores decisiones. Nadie, al día siguiente, se enorgullece de lo que dijo o hizo bajo la influencia. Pero seguimos bebiendo, seguimos ignorando la incomodidad, porque el alcohol es legal, porque la sociedad lo celebra. Y para mí, esa legalidad siempre fue una influencia poderosa, como una excusa, un recordatorio de que si “todos lo hacen, no debe estar tan mal.”
Hasta que un día me vi a mí misma en un reflejo claro: el patrón se repetía. Sentía cómo el alcohol empezaba a meterse en esos lugares en los que no lo quería, reviviendo recuerdos y escenas que pensé haber dejado atrás. Empecé a ver que, si no tomaba una decisión radical, esos patrones podrían volver a atraparme.
Y así, con una fuerza inesperada, decidimos como familia cerrar esa puerta de golpe, y decirle adiós al alcohol. Lo expulsamos de nuestra vida con determinación, porque no hay lugar para medias tintas cuando se trata de sanar. Hoy, tras 100 días, puedo decir que es la decisión más sabia que he tomado. Es una elección consciente, de claridad y de paz. Pensé que sería difícil, que habría tentaciones, pero una vez que vi la verdadera posibilidad de permitirle al alcohol volver a entrar, comprendí que nunca más podría mirarlo sin desconfianza. Decirle adiós fue, en realidad, lo más fácil.
Ahora, la vida tiene más nitidez. Me enfrento a cada momento con presencia y sin evasiones, ya no cargo con la resaca emocional ni con el arrepentimiento que tantas veces me invadió después de beber. Vivo sin esa carga, con una honestidad que jamás había sentido, una claridad que solo la sobriedad me ha permitido.
Y aunque no es solo el alcohol; creo que es el permiso que buscamos al beber. Nos convencemos de que necesitamos alcohol para bailar, para divertirnos, para hablar sin miedo al ridículo. Nos hemos enseñado que necesitamos esa “ayuda” para socializar, para sentirnos libres. Pero, ¿realmente nos hace falta? ¿Por qué nos cuesta tanto ser nosotros mismos sin una copa en la mano?
Hoy veo las fiestas desde otra perspectiva. Me doy cuenta de cuántos, al igual que yo, creímos que el alcohol era la única llave para el gozo, para la soltura. Pero, en realidad, solo fue un disfraz que nos quitaba la vergüenza temporalmente, que nos ofrecía una desconexión efímera. La diferencia es que ahora, cuando voy a una reunión, soy yo misma, completa y presente, sin esa necesidad de ser otra versión de mí misma que luego no reconozca.
Hoy celebro esos 100 días de claridad. Celebro la decisión de vivir cada instante de frente, sin máscaras ni evasiones. Gracias a la fuerza que encontré, al apoyo de quienes me rodean, y a la inteligencia divina que me permite vivir en plena conciencia. Estoy segura, con cada fibra de mi ser, de que este camino es el correcto, y de que no hay regreso.
Invito a todos a cuestionar sus patrones, a observar de dónde vienen esas decisiones que a veces nos alejan de lo que realmente queremos ser. Dejar el alcohol ha sido solo una parte de este camino de claridad. Porque al final, dominar nuestra mente y nuestras emociones, encontrar esa paz y control desde adentro, es lo que nos permite vivir libres de influencias externas, sean cuales sean.
Si estás listo para profundizar en ese poder interior, para aprender a dirigir tu vida desde tus pensamientos y emociones de una forma consciente, te invito q unirte a Mindset Ninjas, una comunidad gratuita donde juntos aprenderemos a entender, manejar y dominar nuestra mente y nuestros pensamientos para poder elegir cómo queremos sentirnos cada día. Los pensamientos son la raíz de nuestras emociones; si queremos elegir la felicidad, debemos saber elegir los pensamientos que nos llevan ahí.
No se trata solo de dejar hábitos; se trata de aprender a vivir desde un lugar de libertad mental y emocional, desde donde realmente podemos elegir la vida que queremos vivir.
Con todo mi cariño
Linda
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