Cómo aprendí a perdonar a mi papá… y a todos los que vinieron después
- lindadanon
- 13 may
- 3 Min. de lectura
Un viaje hacia la forma más personal de libertad—y el acto de amor propio más radical.

¿Qué es el perdón y por qué cuesta tanto?
Empecemos por lo básico.
Según el diccionario, perdonar es “dejar de sentir resentimiento hacia alguien”. Eso es todo. Solo deja de sentir resentimiento.
Suena sencillo, ¿no? Pero si alguna vez has intentado perdonar de verdad—intentar soltar el dolor, la traición, la ausencia, el abandono emocional—sabes que esa definición no alcanza.
Me dice qué es el perdón, pero no cómo se hace. No cómo empezar. No cómo sobrevivir al proceso.
Y quizás por eso, durante muchos años, el perdón me pareció imposible.
Crecí con un papá alcohólico. Y con eso vino todo lo que suele acompañar a la adicción: caos, miedo, confusión, abandono emocional… y el silencio. Un silencio pesado por todo lo que nunca se dijo.
No solo me dolía lo que pasó—me dolía igual o más todo lo que no pasó. La infancia que debí haber tenido. El padre que me hubiera gustado tener. La estabilidad, la ternura, la certeza… que nunca llegaron.
Entonces, ¿dejar de sentir resentimiento? Suena casi cruel cuando tu sistema nervioso fue programado para sobrevivir, no para confiar.
Pero un día escuché una definición que me cambió algo adentro. Vino de alguien que admiro profundamente y que tengo el privilegio de conocer personalmente: la Dra. Edith Eva Eger. Sobreviviente del Holocausto, psicóloga y autora de La Bailarina de Auschwitz.
Ella dice:
“Perdonar es soltar esa parte de mí que necesita juzgar al otro.”
Esa frase me voló la cabeza porque por primera vez, sentí que tenía una dirección. Una práctica. Y unas cuantas preguntas: ¿Por qué necesito juzgar?, ¿Quién soy yo para juzgar? Y la más importante: ¿Qué me efectos tiene en mi el estar juzgando a otros?
Me di cuenta de que cada vez que juzgaba a mi papá por no ser lo que yo necesitaba… me congelaba en el pasado. Lo mantenía atrapado en el rol de “el que me lastimó” y a mí misma en el de “la que fue lastimada”. Y ahí no hay espacio para la libertad. Ni para la sanación. Ni para ser quien soy hoy.
Después escuché otra definición que me dio aún más claridad. Fue Oprah quien la compartió, diciendo que un invitado en su programa describió el perdón así:
“Perdonar es soltar la esperanza de que el pasado hubiera sido diferente.”
Y wow. Esa dolió… pero también me liberó. Porque eso es exactamente lo que yo hacía: me aferraba a una esperanza silenciosa y dolorosa de que tal vez… de alguna forma… mi pasado podría cambiar. Que si lo resentía lo suficiente, se desharía. Que si lo pensaba mil veces más, lo podría reescribir.
Pero el perdón llega cuando dejas de desear lo que nunca fue. No es rendirse. Es soltar. Y hay una diferencia.
No es esperanza real. Es más bien un fantasma. Un loop. Un disco rayado de “si tan solo…” que me mantiene estancada mientras la vida sigue sin mi.
No tengo una palabra exacta para ese fantasma… pero te lo explico así:Es como querer nadar con un ancla atada al tobillo. Crees que si pateas lo suficiente, vas a avanzar. Pero esa “esperanza” falsa te impide vivir el presente porque estás arrastrando el pasado. Solo recuperas tu vida cuando cortas esa cuerda.
Y hay algo más que aprendí:
El perdón se vuelve casi imposible cuando asumimos que sabemos por qué alguien hizo lo que hizo. Nos inventamos historias: “No le importé.” “Lo hizo a propósito.” “Sabía que me dolía y le valió.” Y nos lo tomamos personal.
Pero muchas veces—no siempre, pero muchas—lo que hicieron tuvo más que ver con su dolor que con mi valor.Y a veces, nunca sabremos toda la historia. Solo podemos elegir qué hacemos con la nuestra.
Así que cuando pienso en cómo y por qué perdoné a mi papá no fue porque me pidió perdón, ni porque cambió, ni porque hizo todo lo correcto. Lo hice porque yo quería ser libre. Porque cargar ese peso me estaba matando por dentro. Porque quería ser más que lo que me pasó.
Perdonar no es exonerar. No es decir “está bien.” No es justificar ni olvidar. Es decir: “Esto que pasó, me dolió. No me lo merecía. Pero hoy elijo no dejar que me defina el resto de mi vida.”
Perdonar es para mí. Para mi paz. Para mi libertad. Para mi futuro.
Y quizás también para el tuyo.
Buenísimo