Finalmente, entiendo el significado detrás de la súper famosa frase de rompimiento: “No eres tú, soy yo”. Pero esta realización no llegó en el contexto de una ruptura; surgió en un lugar mucho más profundo dentro de mí.
Ansiaba tener una conversación profunda y significativa con alguien a quien amo profundamente, pero esa persona no me estaba dando lo que yo necesitaba en ese momento. Simplemente no fluía. La conversación no progresaba, no profundizábamos, y antes de permitirme entrar en una espiral descendiente, decidí tener esa conversación profunda conmigo misma.
“¿Por qué creo que esto está sucediendo?” me pregunté. Y llegó de repente un brillante golpe de claridad, la respuesta comenzó a revelarse en automático dentro de mí. Fue un momento catártico, especialmente porque había estado trabajando en mejorar mis habilidades de escucha—escuchar no solo a los demás, sino también a mi intuición. Y en este breve pero poderoso diálogo interno, me vino el pensamiento: “No soy yo, son ellos”.
Me di cuenta de que estaba deseando—y en cierto grado, esperando equivocadamente—que alguien participara en una conversación conmigo que probablemente ni siquiera había tenido consigo mismo. De repente, todo se volvió claro. No había nada de qué enojarse, nada por lo que estar molesta; solo había entendimiento y compasión que ofrecer.
Esa voz sabia, la que ahora reconozco como mi yo superior, continuó revelando cómo este patrón había aparecido antes, como con mi padre, por ejemplo. Mi padre es alcohólico y lo ha sido desde que tengo memoria. No puedo decir que crecí sintiéndome amada y apoyada por él. Durante muchos años, sentí tristeza, enojo, decepción—estas olas de emociones negativas que surgían de una creencia que nunca pude sacudir: que de alguna manera, él no me amaba tanto como un padre debería amar a su hijo/a.
Pasé décadas tomándolo personal, creyendo que no era suficiente, que no merecía amor, que de alguna manera era diferente e incapaz de conectar. Construí toda una personalidad alrededor de esas creencias limitantes y viví mi vida de acuerdo con ellas.
Puedes imaginarte los resultados que surgieron de tales pensamientos—no los mejores, pero fueron necesarios. Se convirtieron en el catalizador de mi transformación.
Y luego, en este simple y ordinario momento de realización, me golpeó la verdad: nunca se trató de mí. Siempre se trató de él, al igual que se trataba de esa persona con la que deseaba tanto conectarme en conversación.
Las personas solo pueden amar a otro en la medida en que se aman a sí mismas. ¿Y cómo puede alguien—ya sea yo, tú, o quien sea—tomárselo personal, ofenderse, sentirse enojado, molesto o decepcionado por alguien que no ha aprendido a amarse a sí mismo? ¿Cómo se puede sentir otra cosa que no sea compasión por una persona que lucha por amarse tal como es?
Puedo ver lo fácil que es sentirse triste, tal como me siento triste por tantas tragedias y cosas terribles que suceden en el mundo y que no puedo controlar. Es triste porque hay un sentimiento profundo y significativo que tengo por alguien, y no es correspondido—no porque esa persona no me ame o no esté interesada en mí, sino porque literalmente no puede amar o mostrar interés en mí cuando aún no ha aprendido a amar o mostrar interés en sí misma.
Tienen tanto que ver, que ser conscientes, que aceptar y sanar dentro de sí mismos antes de que puedan estar ahí para mí. Y así, siendo consciente de mí misma, siendo alguien que se ama y se cuida a sí misma, que está para sí misma—reconozco que es mi deber, mi responsabilidad, mi deseo mostrar compasión por ellos. Contener el espacio para que vivan su proceso, si alguna vez lo hacen. Reflejar la luz que me permito recibir del Universo, la Inteligencia Divina, Dios, Espíritu—cualquier nombre que resuene—y brillar sobre ellos con amor, sin absolutamente ninguna expectativa de recibir algo a cambio.
Al final, la famosa frase que termina con tantas relaciones románticas, “No eres tú, soy yo,” encapsula perfectamente esta verdad. No es que no pueda amarte; es que no puedo amarme a mí misma, y por lo tanto, no puedo amarte. La frase no se trata de alejar a alguien o de evitar culpas; es un profundo reconocimiento de que el amor que somos capaces de ofrecer a los demás está directamente ligado al amor que tenemos por nosotros mismos.
Así que, la próxima vez que te encuentres en el lado receptor de esa frase—o en cualquier situación en la que sientas que el amor o el afecto no es correspondido—pregúntate si lo que estás queriendo de la otra persona es algo que ellos pueden siquiera darse a sí mismos. Esto puede no ser siempre evidente, ya que muchas personas llevan máscaras para ocultar sus luchas con el amor propio. Así que no solo preguntes con tu mente; pregúntalo también con tu corazón y tu intuición. A veces, la verdad yace más profundo, y entender esto puede llevarte a un lugar de compasión en lugar de decepción.
Hasta la próxima, mientras tanto sigue amándote a ti mismo, de aquí a la luna, todos los días, en todo momento. ❤️
Con mucho amor que nace de mi amor propio. 🥰
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