Según la escala vibratoria de emociones de David Hawkins, la vergüenza y la culpa se consideran las dos emociones más bajas. A pesar de su universalidad, pocas personas hablan abiertamente de ellas. En esta reflexión personal, profundizo en las razones de este silencio y comparto mi propio camino en la lucha contra la culpa y la vergüenza. A través de mis experiencias, pretendo destacar la importancia de abordar y liberar estas emociones para fomentar el crecimiento personal y el bienestar emocional.
Durante mi primera infancia, conocí íntimamente el sentimiento de culpa y vergüenza. Esto puede parecer sorprendente para una niña. Sin embargo, cuando las expectativas de la sociedad no coinciden con nuestra propia realidad y nuestro auténtico yo, la decepción es inevitable. Al no saber quién era realmente, aprendí a identificarme con mi mundo exterior, que estaba lejos de ser perfecto, y la vergüenza se convirtió en una de mis más cercanas compañeras. En ese momento, me sentí indefensa y creí que no tenía forma de cambiar mi entorno ni a mí misma. Estaba atrapada.
Es sorprendente cómo la vergüenza y la culpa, emociones tan desagradables y de baja vibración, pueden infiltrarse incluso en las mentes de los más jóvenes, niños y niñas que son inherentemente puro amor. Recuerdo perfectamente que a veces me sentía consumida por el enojo y resentida con mis padres por no ser "normales". Me sentía aislada y sola. Además, experimentaba una tremenda vergüenza y culpa por no ser capaz de liberar ese enojo.
Buscando una salida, descubrí que no había explicaciones ni orientación fácilmente disponibles sobre cómo combatir la vergüenza y la culpa. Con el paso de los años, estas emociones crecieron conmigo, manifestándose de diferentes formas, creando un círculo vicioso. Tomaba "malas" decisiones y sentía vergüenza y culpa por ello. Luego, sentía aún más vergüenza y culpa por sentir vergüenza y culpa.
El peso de esas emociones llegó a ser tan agobiante que, incluso cuando busqué ayuda por primera vez y empecé a ir a terapia, sentí la necesidad de ocultar ciertas experiencias y sentimientos por el insoportable miedo a ser juzgada. Los dogmas y las falsas creencias de la sociedad se habían interiorizado, etiquetándome como intrínsecamente defectuosa o rota, lo que hacía difícil imaginar un camino alternativo. Me sentía prisionera de esa confusión.
En mis veintes, estaba luchando inmensamente para liberarme de este ciclo negativo. Al crecer como judía mexicana, tenía arraigada la creencia de que el matrimonio (con otro judío) era uno de los objetivos más importantes, si no el más importante, que debía perseguir. Cuando entré en los treintas y seguía sin casarme, empecé a perder la confianza y la autoestima. Me centraba constantemente en lo que estaba mal en mí, en lugar de reconocer mi propio valor. Desde esta baja vibración, tomé decisiones que me mantuvieron vibrando bajo, sintiéndome insegura y cuestionándome si el amor estaba siquiera disponible para mí.
Sintiéndome perdida y desconectada de mí misma, me embarqué en un viaje para encontrar respuestas y una forma de salir de ese agujero. Descubrí que en realidad no había nada de lo que avergonzarse porque nada ni nadie fuera de mí me definía. A pesar de mi confusión sobre quién era, sabía que era una buena persona, una persona amable, una persona honesta: alguien de quien estar orgullosa. Aprendí a desvincularme de la narrativa y de las expectativas que la gente tenía de mí. Me di cuenta de que era mi propia persona, que podía cuestionar las creencias y las verdades absolutas que me habían contado. Y así, lo cuestioné TODO. Llegué a mis propias conclusiones, fijé mis propios objetivos y me convertí en la persona que quería ser. Tomé el control de mi narrativa y empecé a construir la vida que quería vivir, aceptando cada detalle.
Cuando dejé atrás la vergüenza, también aprendí a dejar atrás la culpa. Le di la vuelta a la moneda y encontré la responsabilidad. Comprendí de todo corazón que yo era la única responsable de mi vida, mis decisiones, mis pensamientos y mis acciones. Me embarqué en un viaje de aprendizaje, curación y crecimiento, y ha sido un viaje increíble. Mirando hacia atrás, puedo decir honestamente que no cambiaría nada porque ahora sé que no hay otro lugar donde estar más que en este viaje. Mi viaje es mi destino, y he estado aquí todo el tiempo.
Incluso ahora, a los 38 años, de vez en cuando me encuentro con personas que, sin querer, intentan avergonzarme por desviarme de las normas sociales. En lugar de sentirme amenazada o atacada como antes, ahora empatizo con ellos. Reconozco que lo que yo hago de forma diferente a lo que ellos esperaban les hace cuestionarse sus propias creencias. Puede que no sepan que pueden elegir cambiar esas creencias o tal vez se sientan más cómodos sin cuestionarlas. En cualquier caso, tienen miedo de no tener "razón", y de ese miedo surge la necesidad de juzgarme a mí o a mis acciones como "equivocadas".
Con esta nueva comprensión, sabiendo que todos estamos en un viaje colectivo de autodescubrimiento y liberación emocional, propongo que pavimentemos nuestros caminos hacia el crecimiento personal con empatía, compasión y aceptación. Al comprender el peso de la vergüenza y la culpa, podemos afrontar y liberar estas emociones, permitiéndonos avanzar y abrazar nuestro verdadero yo. Al ser conscientes de ello, podemos extender nuestra comprensión a los demás, absteniéndonos de avergonzar a quienes piensan de forma diferente y celebrando la riqueza de las diversas perspectivas. Mientras navegamos por las complejidades de la vida, elijamos la responsabilidad en lugar de la culpa, reconociendo que nuestras acciones dan forma a nuestro crecimiento y contribuyen a nuestra propia mejora y a la de quienes nos rodean. Fomentemos juntos un entorno en el que florezcan la autenticidad, la compasión y el crecimiento personal, que nos permita recorrer nuestros propios caminos lado a lado unos con otros.
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Gracias y hasta la próxima 🫶🏻
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