Matilda: el catalizador de una transformación interna
- lindadanon
- hace 12 horas
- 3 Min. de lectura
Lo que parecía una conversación casual se convirtió en una mirada profunda hacia el amor, el juicio y la compasión.

Hace unos días, estábamos viendo Matilda por quinta vez (al menos), cuando mi hija de cuatro años me hizo una pregunta que me dejó helada:
—Mamá, ¿por qué los papás de Matilda no la aman?
Me sorprendió. Primero, por la profundidad de percepción que requiere hacer una pregunta así a su edad. No lo dijo con enojo ni tristeza—solo con la curiosidad genuina de alguien que está tratando de entender el mundo.
Mi primer instinto fue responder lo que mucha gente probablemente diría: “Porque son malos.” Pero en cuanto ese pensamiento cruzó por mi mente, algo dentro de mí se resistió. No me sentía cómoda diciendo eso. No porque no existan personas que hagan cosas terribles, sino porque “ser malo” me pareció una explicación demasiado simple, cerrada y definitiva. Así que me quedé callada.
Mi esposo, que estaba con nosotras, intervino: “Porque están confundidos.” Su respuesta me llamó la atención—y me hizo preguntarme: ¿confundidos de qué?
Y entonces, sin pensarlo demasiado, llegó la respuesta que me pareció más verdadera:
—Porque no se aman a ellos mismos.
Eso fue lo que le dije. Que los papás de Matilda no podían amarla porque no se amaban a sí mismos. Y que a veces, cuando una persona no se ama, no sabe cómo amar a los demás.
Estuve pensando en eso mucho tiempo. En lo diferente que ha sido para mí crecer viendo a las personas como “malas” versus verlas como heridas, confundidas y desconectadas de su propio valor. La primera mirada me pone en alerta. A la defensiva. Con miedo. Me hace vivir esperando el ataque, tratando de protegerme todo el tiempo. La segunda mirada, en cambio, me despierta compasión. Me recuerda que el comportamiento no define la esencia.
Me invita a entender que, como dice Gabor Maté, el dolor que no se expresa se convierte en dolor que se transmite. Y que, muchas veces, quienes más hieren son quienes más heridos están.
No es que justifique lo que hicieron los papás de Matilda (ni sus versiones de la vida real). Es que elijo mirar desde otro lugar. Desde una lente que no me atrapa en el miedo, sino que me da herramientas para crear una realidad distinta. Porque la forma en que veo a los demás moldea profundamente cómo experimento la vida. Y porque sé que yo creo mi propia realidad con mi percepción y mis pensamientos.
Si vivo en un mundo donde la gente es mala por naturaleza, vivo a la defensiva. Pero si vivo en un mundo donde hay personas desconectadas de su amor propio, entonces también puedo vivir como alguien que puede ser un puente. Una luz. Un recordatorio. Una presencia que refleja lo que otros han olvidado.
Y claro, filosofar a partir de Matilda puede sonar exagerado. Pero creo que esas son las preguntas más importantes—las que nos hacen nuestros hijos. Porque ellos, al final, son nuestros mejores maestros. Son esas preguntas las que nos obligan a mirar más profundo, cuestionar nuestras respuestas automáticas y elegir con qué lentes queremos ver la vida.
Porque esas lentes no solo moldean lo que enseñamos—también moldean lo que creamos. Y moldearán también lo que ellos creen para sí mismos.
Así que sí: prefiero enseñarle a mi hija que hay personas que no saben cómo amarse, antes que decirle que hay personas malas. Porque lo primero abre caminos. Lo segundo los cierra.
Y quiero que ella crezca sabiendo que, incluso en medio del caos, puede elegir ver con amor. Porque cuando cambio la forma en la que veo a los demás, también transformo la forma en la que me relaciono conmigo misma.
Y eso, para mí, es verdadera filosofía.
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Mientras tanto, aquí van unas buenas vibras 😎 de mi para ti.
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