La vida sin anestesia
- lindadanon
- hace 3 días
- 3 Min. de lectura
El camino hacia la calma no pasa por evitar lo que duele, sino por sostenerlo sin perderte.

No sabía que tenía tanto que llorar
Si junto todas las veces que lloré en mi vida antes de este último año y medio… no se comparan con lo que he llorado desde entonces. No es exageración. Es una verdad que me sorprendió incluso a mí.Y no, no es porque todo esté mal. Al contrario: estoy más en paz, más alineada y más decidida que nunca. Pero justo por eso, porque por fin dejé de huir de mí misma, fue que se abrieron las compuertas.
Lo que he llorado no es por lo que está pasando hoy. Es por todo lo que me guardé desde niña.Por lo que no pude expresar. Por lo que nadie me enseñó a sentir. Por lo que callé, minimicé, reprimí y negué para sobrevivir.
Y cuando por fin me di el permiso de sentir, cuando entendí que la única forma de liberar lo que estaba atrapado en mi cuerpo era atravesarlo, entonces vino la tormenta.Una tormenta de lágrimas. No de enojo, curiosamente. De tristeza. De decepción. De duelo.
Y también de anhelo. De alegría contenida. De esa ternura que uno no sabe dónde meter cuando no tiene espacio seguro.
No siempre ha sido cómodo. De hecho, muchas veces ha sido lo opuesto.Especialmente cuando noto la incomodidad de otros al verme llorar, al verme tan abierta, tan... sin filtros.Pero como diría Mel Robbins: let them. Let them be uncomfortable. Let me do what I need to do.
Estoy aprendiendo a no pedir permiso para sentir.A no justificarme por vivir mi proceso. A no reducirme por miedo a incomodar. Porque si algo me ha dejado este camino de reinvención es entender que no hay atajos emocionales. Que si quiero crear algo real —una comunidad, un proyecto, una nueva versión de mí— no puedo hacerlo desde la desconexión conmigo misma.
Y no ha sido fácil. No lo es pasar de la certeza de un cheque cada quincena a la incertidumbre de emprender un proyecto con el corazón en la mano. No lo es tener que decir que no a planes, eventos o cosas que antes ni pensaba dos veces, porque ahora elijo invertir en lo que estoy construyendo.
Y a veces duele. Duele no poder estar. Duele no poder compartir. Duele sentir que te estás perdiendo de cosas.A veces me da vergüenza.Otras veces, frustración.Otras, simplemente me siento sola.
Pero al mismo tiempo, me siento plena.Porque sé que estoy donde quiero estar.Sé que lo que estoy haciendo no es solo por mí. Es por todos los que como yo, crecieron sintiendo mucho y aprendieron a callarlo.Por todos los que saben que hay algo más, pero no saben cómo acceder a ello.
No vivo en un estado de felicidad constante. Vivo en un estado de conciencia constante.Sigo teniendo mis “ups and downs”, como todos.Pero ahora tengo herramientas. Tengo claridad. Tengo un rumbo.
Y lo más importante: tengo el permiso interno de sentir.Porque ya entendí que sentir no es debilidad. Es la puerta hacia la libertad.
Si tú también estás en un momento de cambio, de duelo, de reinvención o simplemente te estás permitiendo sentir cosas que antes no sabías cómo nombrar…quiero decirte que no estás sol@.
En Hijos del Caos nos reunimos cada semana para escucharnos sin juicios, para compartir desde lo real, y para recordarnos que no estamos solos en esto. Si te gustaría venir, aunque sea a escuchar, aunque no digas nada, eres más que bienvenid@.
A veces, eso es todo lo que necesitamos: un espacio seguro donde sentir esté permitido.
Con todo mi cariño,
Linda
Comments